martes, 15 de enero de 2013

¡Quiero un pájaro/amigo, mamá!


Mamá quiero un pájaro que baile y cante
Uno de los clientes más curiosos que me he encontrado es un niño de 11 años que después de ver la peli de Harry Potter (desconzco cuál de ellas), se le antojó pedir a su mamá rica un pájaro que se le posara en el hombro, le diera besito, acudiera a su llamada, comiera de su mano, hablara y no manchara. Con esa fantasía acudió la mamá a mi puesto de trabajo ansiosa por hacer realidad la fantasía de su hijo que lo tiene casi todo, tan solo le falta un pájaro de película.

Me afanaba en mantener limpios los pajaritos de la tienda metido en mi mundo de desconexión total, cuando vino aquella clienta.Iba bien vestida, cabeza alta, espalda erguida... una mujer de bandera, vaya. El niño, cogido de la mano, vestía con su uniforme escolar el cuál incluía corbata. La verdad que yo soy más de corbatín; mi primera corbata me la puse cuando hice la comunión, siempre fui muy desastrado la verdad, es lo que tenían los colegios públicos de hace unos años. 
Me hacen salir de mi letargo para pedirme aquél fantástico pajarillo. Les respondo que a día de hoy no existe un pájaro que reúna todas esas características, que lo más parecido a lo que piden es un Yaco papillero pero que mínimo cuestan 500 € y hay que tener cierta destreza en su manutención. Al decirles el precio, la madre se echa las manos a la cabeza y dice que no, que no se puede gastar eso en un pájaro, que ella se quiere gastar 50 € máximo con equipamiento incluido. Vuelvo a repetir que no puede ser, que no existe, que quizá un agaporni papillero pero que no habla.
 El niño a todo esto pasando de todo coge una vara flexible con plumas  para que jueguen los gatos y empieza a golpear las jaulas expuestas. Miro mal al niño mientras la madre insiste en que quiere un pájaro que haga de todo por muy poco. La sonrio y le digo que el niño está golpeando las jaulas. Le reprende y yo le repito a ella que ese pájaro nosotros al menos no lo tenemos. Va entrando en razón y se decanta por una ninfa. Me pregunta los cuidados de una ninfa, se los explico a ella y al niño que va a ser su cuidador. El niño me ignora, vuelve a coger la vara (¡era el niño de la vara!) y sigue a lo suyo. La madre se gira y reprende a su hijo de nuevo, el niño pasa. Miro el reloj, han pasado 30 minutos y no hemos llegado a a nada, no he cerrado la venta por suerte porque dudo mucho que realmente quisieran una mascota. Me pide la mamá que explique directamente al niño cómo cuidar a su futuro pájaro... Me armo de paciencia y se lo vuelvo a explicar, el niño desconecta y yo con él. La madre sigue sin darse cuenta de la situación y sigue insistiendo. ¡Esto parece que no va a tener fin! Vuelvo a mirar el reloj han pasado ¡45 minutos!. ¿Esto es un trato personalizado? ¡esto que es!.  Intento escapar alegando que tengo cosas que hacer y la madre se ofende porque no soy capaz de hacer aparecer un pájaro de dibujos animados. Llegados a este punto la madre dice que no ve claro lo que quiere el niño ¡al fin! y que se lo van a pensar. Ambos se marchan pero al menos conseguí no malvender un animalito y ¡vender una vara para gatos!

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